Aceptar, una de esas palabras que al ponerse de moda empieza a perder su real y profundo sentido. Parece que está de moda aceptar todo: “es el karma, es un aprendizaje, es una lección”. Sin embargo, en muchas ocasiones cuando escucho esas palabras están acompañadas de un estado de ánimo de resignación.
La resignación está basada en un juicio que tienes acerca de esa situación que estás viviendo. Tu juicio es “nada mejorará esta situación; siempre ha sido así y siempre será así; no hay nada que yo pueda hacer para cambiarlo”* entonces no me queda otra que aceptar. Sin embargo esto no es genuina aceptación.
La genuina aceptación aporta alegría y gratitud y es la que te permite compartir y estar de manera amorosa con el otro.
¿Qué no es aceptar?
Para que puedas comprender qué es aceptar tienes que partir por saber lo que no es aceptar. Existen tres palabras que se usan casi como sinónimos y no lo son, esas tres palabras son: entender, comprender y aceptar.
Probablemente entiendas que tus padres no sabían educarte con cariño y sólo conocían el castigo físico y los gritos. Sin embargo, el peso que hay en tu corazón por el trato recibido por tus padres no cesa con entender lo que sucedía. Entender es seguir el razonamiento del otro, tener claro lo que el otro piensa y reconocer qué es lo que lo lleva a actuar como lo hace.
Así mismo puedes comprender que tu pareja se comporte de manera posesiva o dependiente “porque su mamá lo educó así”, sin embargo harás todo lo que esté a tu alcance para que sea de otra manera, para cambiarlo, entonces no hay aceptación. Al comprender puedes sentir cómo siente el otro, puedes ser empático y ponerte en su lugar, “si tuviese una madre como la suya seguramente me sentiría igual”. Puedes ponerte en su lugar porque alguna vez sentiste algo similar o porque puedes identificarte con lo que está sintiendo.
Por último, independientemente de si lo comprendes o no y si lo entiendes o no, puedes aceptar que tu mejor amigo sea vegano o ateo. Te da igual lo que haga, asumes que esa es su realidad y no tienes ninguna razón para querer cambiarlo. Lo aceptas tal cual es y si lo que hace tu amigo o la manera de ser de tu pareja no puedes aceptarla o crees que no puedes, quién tiene que moverse de lugar eres tú.
Igualmente sucede con alguna característica personal, llegas a aceptarla cuando logras incorporarla (hacerla cuerpo, ponerla en el cuerpo, que haga parte de ti) como una actitud tuya, independiente de si la entiendes o la comprendes, siempre asumiendo que esa es tu realidad y que no hay ninguna razón para que tengas que ser como otro pide. Cuando aceptas reconoces que hay ciertas cosas que no puedes cambiar, aún así disfrutas de lo demás.
Sería tan fácil si fuese distinto
Esperar que el otro cambie para tener la vida que deseas es una gran ceguera. Las personas tienen dificultades para dejar que el otro sea quien desea ser. Y si el otro no es como quiere que sea también tienen dificultades para marcharse. Se quedan esperando que el otro cambie y no solo que cambie sino que cambie hacia lo que el que espera desea. Eso no es aceptar.
Aceptar es un estado interno, no tiene que ver con las cosas, con lo que sucede, sino con tu percepción de lo que sucede y los juicios que tienes respecto a lo que puedes y no puedes hacer en esa situación. La mejor manera de conseguir que el otro sea la mejor persona que puede ser es aceptando que es quién es y no queriendo cambiarla. Cuando acepto digo: “Entiendo que hay ciertas cosas que no puedo cambiar, pero aún así estoy agradecido de la vida”*
Gracias por compartirnos tus propias experiencias.
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* Flores, Fernando. Conversaciones para la acción. Centro Nacional de Consultoría. Bogotá. 2015